jueves, 14 de enero de 2010

Tres, dos, uno...


Nuevo año, nueva vida, nuevos fracasos, nuevas desilusiones, más besos, menos abrazos, pocas mentiras, varias sonrisas, muchos te quiero, ninguna venganza.

Llega el amor y con él la esperanza, el sacrificio, los errores, los golpes, el riesgo, la madurez, el saber decir te quiero sin tener los labios pegados, el comprender las historias sin preguntar por qué, el apretar la mano como si fueras a saltar al vacío, el mirar con los ojos cerrados, el hablar sin mover la boca, el saber escuchar sin dejar de callar, el dar, entregar y entender. Un año con menos verano, más peleas, los mismos disgustos y con la incertidumbre de siempre. Se irán los adioses y llegarán los perdones.

Viene un año diferente con metas que resucitan y vuelven a tener color. Con temores que nunca se fueron y siempre van a estar ahí para devolverme a la tierra. Con sueños por cumplir, amigos que visitar, enemigos que olvidar y responsabilidades que asumir. Nuevo año, nuevas reglas, nuevas pasiones y todo en la misma vida.

sábado, 13 de junio de 2009

Madre Selva



Lo que el país entero ha vivido en la última semana no se asemeja siquiera al infierno que Dante Alighieri nos pinta en la Divina Comedia. Lo que pasó en el Perú tuvo niveles más catastróficos. Para empezar, ¿Qué peor condena le depararía a una madre que el ver morir torturado a su hijo de la manera más atroz e irresponsable?. Y, peor aún, que los únicos responsables de esa masacre brutal no tengan la dignidad, y mucho menos, el coraje de siquiera esbozar un perdón. Es que nuestro infierno – que aún no acaba- no tiene 9 círculos de gravedad como los de Alighieri. En el nuestro, todos se queman a la vez, todos - nativos y policías - sufren por el mismo ‘pecado’. ¿Cuál? Pues el haber confiado nuestro futuro a unas autoridades tan ineptas e incapaces que acuden al diálogo cuando sienten que la sangre les cae en la cara.

La cifra oficial de peruanos fallecidos en la masacre ocurrida en Bagua es, hasta el momento, treinta y cuatro, veinticuatro de ellos policías y diez civiles. Sin embargo, existen denuncias de familiares y organizaciones de los derechos humanos que hablan de la existencia de decenas de indígenas muertos. Es una lógica razonable ponernos a dudar de las cifras oficiales por la matanza brutal que hemos presenciado.

Los indígenas de los pueblos amazónicos exigen la derogación de los DL 1064 y 1090 el último referido a la Ley forestal. A ver, ¿qué parte del convenio de la OIT,que habla de la consulta a los pueblos indígenas antes de decidir sobre sus tierras, no entendieron?. Es más, ¿Era necesario revisar el convenio para entrar en razón de una decisión tan fundamental?. ¿Es que acaso a nuestro presidente Alan García, al entonces ministro de Agricultura, Ismael Benavides, o al mismísimo padre de la selva, Antonio Brack no se les pasó por la cabeza dialogar con los nativos?. ¿Eso es democracia?. Esta tragedia estaba cantada, pero ni en Palacio, ni en el Congreso, ni en la PCM parece haber alguien que escuche a ‘ciudadanos de segunda clase’


En el peor de los cinismos, nuestra ministra del Interior, Mercedes Cabanillas, no tiene la cara para afrontar sus evidentes errores. Hasta ha llegado a desestimar los testimonios de los policías que fueron enviados como carne de cañón a ‘luchar’ por el país, enfrentándose contra sus mismos compatriotas. Recién hablan de la presencia de antropólogos y especialistas que ayuden a entender la cultura de los nativos, que finalmente, terminaron por explotar sus instintos salvajes ante la presencia de efectivos policiales. No se justifica la matanza, de ninguna manera, pero el saber que se pudo evitar indigna.


La típica reacción búfala se hizo presente con declaraciones absurdas. Lo han vivido antes, ya se les hizo costumbre. Que Alberto Pizango es el culpable, que la ex ministra Carmen Vildoso es irresponsable, que existen indicios de financiamiento extranjero, etc. Acusaciones que no dejan de ser sólo manotazos de ahogado, mientras no exista el perdón que cientos de pobladores nativos, familiares de policías y los mismos peruanos queremos escuchar. Gracias presidente pero si para ‘avanzar’ tenemos que seguir pagando con sangre, mejor nos quedamos así.

sábado, 11 de abril de 2009

A mí, no me da igual


Dos días después de cumplirse 17 años desde el golpe de Estado de aquel imborrable 5 de abril, de la consolidación de la dictadura que ahora algunos veneran; Alberto Fujimori terminó tragándose su propio veneno. El martes 07 de abril la Sala Penal Especial ratificó una sentencia que cayó como ácido muriático en la piel de los fujimoristas: 25 años de privación de libertad. Los cuestionamientos que luego recayeron sobre el fallo son secuelas de la sorpresiva llegada de la justicia a nuestro país. Quizá a los (ciegos, sordos, pero no mudos) seguidores del japonés aún les falte agua de azahar para asimilarlo. A los demás, lo que nos sobra es satisfacción por sentir que en este Perú lleno de mezquindades, empachado de prejuicios y, muchas veces, terco en sus errores; se pueda dibujar el símbolo de la justicia.

La sentencia dictada con dureza por el vocal César San Martín, concluyó que el ex mandatario estructuró y ejecutó una estrategia político – militar paralela a la que tanto vociferaba. Una estrategia que tenía como único objetivo la eliminación de terroristas, lo que determinaba, a través de su cónyugue Vladimiro Montesinos. Fujimori como presidente del país no podía no estar enterado de las acciones que cometía el SIN que despachaba directamente para él, como en excesivas veces el Sr. juicio- mediático –Nakasaki argumentaba. Tal como mencionaba en su columna de Perú 21, el abogado Jorge Avendaño “cuando se trata de un jerarca, de un líder, no hay orden escrita”. Asimismo, el especialista en derecho penal Julio Rodríguez mencionó que a través de la teoría de dominio del hecho por dominio de voluntad, Fujimori era el autor mediato porque controlaba todo lo que sucedía, por ser el Jefe de Estado. No en vano dedicó lo que quedó de su mandato a respaldar a ese grupo siniestro llamado Colina y a perseguir a todo aquel que osara recordarle a las víctimas.

En la matanza ocurrida en Barrios Altos, un niño de apenas 8 años, Javier Ríos, murió abrazado a su padre; mientras Kenji Fujimori, de la misma edad, sí podía vivir abrazado del suyo. Los nueve estudiantes y el profesor Hugo Muñoz, que también fueron víctimas de la gula de los Colina y de la sed de poder de Fujimori, terminaron entre los escombros sin poder ser reconocidos. Si fueron terroristas, rojos radicales o de ultra izquierda, se debió concluir después de un proceso justo, en el que pudieran haber sido oídos. El argumento del ‘Ojo por Ojo’ que tanto predican los fujimoristas logra evidenciar el nulo respeto hacia los derechos humanos. Secuestrarlos, matarlos, y desaparecer sus rastros, fue la cadena de errores que sólo un presidente tan cínico y cobarde, capaz de renunciar a millas de distancia, de poner su cara cachacienta Nº 1000 para mandarnos besitos desde Japón y de gritar con media lengua afuera ( al estilo Kiss) que es inocente; podía cometer.

A a la izquierda Javier Ríos.


Por eso, yo sí aplaudo la condena absoluta a quién nunca pensó en las consecuencias, a la criminalidad incrustada en el sillón presidencial, al asesino que nunca se le borraron las huellas de sangre, al tirano que se alimentó del sufrimiento de inocentes, a la amnesia colectiva que aún convive con la estupidez de aquellos que gritan con soltura: A mí me da igual.

Lo que sobresalió:

La rabia de la derecha . César Hildebrandt


Sí, está probado . La República